Inauguración: Viernes 22 de agosto, 20 h Esta exposición parte de una premisa aparentemente paradójica: la Tierra, como superficie, forma, relieve y materia, puede parecerse al cielo, ese espacio inasible y aparentemente ordenado que siempre observamos a distancia. Esta analogía no inscribe necesariamente una dimensión mimética, sino una aproximación a las maneras en que aprendemos a mirar el tiempo y la materia cercana como parte de la misma constelación que tenemos a distancia. Las referencias al cosmos se materializan en lo mundano a través de archivos, calles, impresiones, objetos y elementos cotidianos. Así se trazan analogías por las cuales las superficies fragmentadas, aunque observables, vuelven lo lejano algo táctil y corpóreo. Las obras reunidas proponen pensar que tanto el tiempo como la materia son elementos elásticos, articulados como efectos concomitantes de una misma existencia. Así como la luz –ese conjunto de partículas invisibles que permiten medir distancias remotas– es absorbida por tubos luminosos, fotografías, archivos erróneos y fotocopias; los cuerpos –ya sean celestes, humanos o construidos– se manifiestan en formas circulares y en acciones comunes que dejan huellas de trayectorias, órbitas y localizaciones. Contra la velocidad contemporánea de la información, el rendimiento y la inmediatez, aquí prevalece la lentitud, la espera y la memoria: impronta perceptiva que adoptamos al mirar el cielo, ese mapa de puro tiempo pasado. En esa contemplación suspendida, la analogía deviene en un ejercicio de percepción, una forma de regresar a la Tierra.
Imagen: Ana Bidart, Sala de Nado