En el contexto de la vida diaria, Erlich entiende la arquitectura ordinaria como la materialización de un universo que nace de nuestra imaginación, y a sus habitantes como activadores de sentido. La melodía que aloja la instalación y que se despliega a lo largo de sesenta metros, Run for the Music, es un sonido que forma parte del cosmos de lo común ya que se trata de la Novena sinfonía de Beethoven. La obra apropia y descontextualiza una música que habitualmente escuchamos más en un ascensor, en la espera del teléfono o al aprender a tocar el piano que en un teatro. Se trata una pieza cuyo título es una instrucción para el espectador y un deseo para el artista. Llamando a la acción, funciona solamente al correr; de ese modo, la música se activa y la obra cobra sentido