La casa, aquella casa de techo a dos aguas, de planta sencilla, esa que solemos dibujar como prototipo de casa-hogar cuando somos niños, asume en esta instalación de Erwin Wurm un tono inquietante.
Situada en la cima de un edificio, la casa pierde su eje, comienza a deslizarse y queda dada vuelta, como a punto de caer. La casa se convierte así en una amenaza, ataca. Esa serena construcción prototípica –representación del hogar, de la familia– se convierte en otra cosa y por tanto en una amenaza.
Con ese gesto sencillo, tan sencillo en apariencia como aquel dibujo infantil, Wurm pone patas para arriba la sensación de estabilidad de quien se acerca al edificio y, con ella, la idea estable de familia, hogar, clase media, sociedad heternonormada, etcétera, para poner en tensión, con ironía y humor, todo lo preestablecido.