Como si de pronto emergieran de la tierra, un conjunto de enormes agujas de relojes de distintos formatos y alturas se impone en el espacio como una invitación a pensar
Más allá del tiempo, con esta sentencia, Marie Orensanz nombra su trabajo para dejarlo abierto al juego del paseante. Las agujas esbeltas de acero espejado están allí, inertes, a la espera de quienes deseen verse reflejados en ellas, de quienes corran en medio de ese singular bosque y se dejen llevar por la fantasía de un tiempo esquivo, impreciso, como en Alicia en el país de las maravillas, o melancólico en su remedo de aquellos antiguos relojes en las torres de iglesias y cúpulas de edificios. No indican ninguna hora, o quizás ¿todas? El tiempo, una de las dimensiones que posiblemente más se ha modificado en nuestra experiencia cotidiana actual, está en el centro de esta pieza que se presenta con la variedad de sus múltiples referencias -en la forma de cada una de las agujas- y se expande exponencialmente en la imaginación de todos los que decidan transitarla y verse allí reflejados.