Inauguración: Sábado 23 de septiembre Max Gómez Canle plantea una mirada distinta, hacia abajo, preguntándose acerca del paisaje y su representación. A través de una serie de pinturas, que acompaña con anotaciones, se detiene en los charcos de agua, hace un relevamiento abandonando la división entre hombre y naturaleza, que en la pintura de paisaje se manifiesta con el hombre como observador y el paisaje organizado matemáticamente con la perspectiva.
¿Qué pasa cuando uno mira hacia abajo y encuentra en el charco los mismos elementos del paisaje que se reflejan desordenadamente –si se considera el orden que imperó desde hace muchos años con la perspectiva como recurso con el que el hombre ordena y consume–? Es como si se tratara de una escala íntima del paisaje; están los mismos objetos pero ordenados de otra manera y presentados de forma íntima. De allí el planteo de realizar pinturas pequeñas, la escala mínima del gran charco, del acuífero de la cuenca del Paraná, que se va achicando en los esteros y así sucesivamente hasta llegar al charco que encuentra al ir caminando. Relevar los charcos es encontrarse con la flora y la fauna, ver lo que se refleja y lo que flota, y a uno inmerso entre esos elementos. Gómez Canle los recrea a partir de la propia poética de sus personajes: la bestia autobiográfica (el artista, el observador), la geometría –pensada y construida por el hombre– y la montaña, una especie de animación del tiempo geológico, de un tiempo distinto. Son charcos pero también son mundos donde conviven distintos elementos, espacios en los que revisiona varios clichés del paisaje litoraleño: palmeras, lapachos en flor, la tierra colorada. No se trata de una muestra sobre Paraguay sino de un estudio de cómo aparece el agua en la pintura traído al presente y exhibido como una especie de esquema de reordenamiento de cómo nos metemos en ese paisaje. Fernando Farina
