Abrimos un diálogo íntimo y transnacional que desafía la invisibilización de la violencia racial en el Cono Sur. Nos moviliza el deseo de contribuir desde las prácticas artísticas al proceso de deconstrucción de las identidades nacionales asentadas en lo blanco, lo inmigrante y lo europeo. Memorias urgentes excava y expone arquitecturas impermanentes que se forman y transforman en encuentros entre polvo, barro y piedra con ruido, palabra y texto a través de la acción de los cuerpos. Nos centramos en el cuerpo como instrumento y método para investigar, construir nuevos espacios habitables, encarnar la historia y pensar junto con aquellos que se sientan convocados.
La espacialidad es un aspecto fundamental en la vivencia de la raza. El antropólogo Gastón Gordillo plantea la blanquitud en Argentina como una formación geográfica y afectiva antes que como una ideología: un afecto antes que una idea. La define como un modo de disponer a los cuerpos hacia un deseo, no siempre consciente, de “crear, definir y sentir a través de la navegación corporal que la geografía nacional es mayoritariamente europea”. A pesar de las distancias, este afecto es válido tanto en Chile como en Uruguay gracias a las narrativas históricas estatales. Sin embargo, se mantiene en todo el Cono Sur como un proyecto siempre incompleto y frustrado, según Gordillo, por la evidencia diaria de los millones de cuerpos que llevan marcas de los sustratos no-europeos. Hoy esta disposición afectiva se encuentra más asediada que nunca en el proceso de reemergencia de las naciones indígenas que vive Sudamérica desde la década de 1990. A medida que las comunidades reivindican su identidad, su derecho a la tierra, a la memoria y la justicia, ganan visibilidad en la esfera pública a través de sus luchas singulares y de la lucha colectiva contra el cambio climático.
Nuestro diálogo responde a ese contexto. Desde una alianza entre sujetos con distintas historias, reflexionamos sobre la contemporaneidad indígena en nuestros países, sobre la construcción de la alteridad y sobre la urgencia de revisar críticamente estas historias para intervenir en nuestros presentes exhaustos. Nos preguntamos: ¿Qué puede el arte? Aquí en Uruguay, fue nada menos que una obra de teatro sobre la Matanza de Salsipuedes la que movilizó a Mónica Michelena Díaz, fundadora del Consejo de la Nación Charrúa (CONACHA), a iniciar en 1985 una búsqueda por su identidad que la llevó a reconocerse como charrúa. Así lo cuenta en su entrevista con el diario El País al introducir la agrupación que hoy articula diez organizaciones en Uruguay y lucha por el reconocimiento y los derechos de la nación indígena mientras se niega su existencia en ámbitos académicos y estatales.
Los tres artistas de esta muestra llevan largo tiempo lidiando individualmente con la pregunta por la potencia del arte en este proceso. En Buenos Aires, Gabriel Chaile emplazó en 2018 una escultura pública en homenaje a Diego Núñez, joven del barrio de La Boca que fue fusilado con cinco tiros por un policía fuera de su horario de servicio. La obra llevó el nombre de Retrato de Diego Núñez y consistió en una escultura en arcilla que evocaba el imaginario de las culturas originarias del actual norte argentino desde la morfología de sus cerámicas. En su interior, alojaba un horno que Gabriel activó cocinando pan y pizza para la comunidad de La Boca. La madre de Diego se acercó a Gabriel durante la comida para preguntarle por qué su hijo era un horno y por qué tenía forma de “vasija antigua”. Gabriel le habló de los rasgos de su hijo, del color de su piel y de la probable ancestría indígena de la familia. Gabriel comparte con ellos los vacíos sembrados en su propia genealogía por un Estado que negó y ocultó el mestizaje y la subyugación como mano de obra barata de miles de sobrevivientes de los pueblos originarios. Su conversación activa la memoria para entender el racismo en la brutalidad policial de un país en el que a los pobres se los llama negros sin reconocer la historia de explotación que subyace en esa relación tan evidente e ignorada entre raza y clase.
Bernardo Oyarzún fue víctima de la violencia selectiva de la policía chilena que lo detuvo sin motivo en 1988 para llevarlo a un careo como sospechoso de un crimen. La experiencia lo llevó a cuestionarse sobre sus orígenes y empezó a hacer obra sobre su ascendencia mapuche por parte de su abuela. Aprendió el idioma y la cultura y recuperó la integración con la comunidad que su familia había perdido al migrar a un barrio carenciado de Santiago. En 2017, representó a Chile en la Bienal de Venecia con la obra Werkén, en la que enfrentó mil máscaras ceremoniales hechas por la comunidad contra pantallas de LED en las que circulaban los seis mil novecientos apellidos mapuches que sobreviven hoy en Chile. Un mes después de la inauguración de Venecia, la presidenta Michelle Bachelet pidió disculpas a la nación mapuche en nombre del Estado por los “errores y horrores cometidos”. Sin embargo, la nación sigue siendo víctima constante de la persecución estatal en Argentina y Chile y decenas de mapuches son arrestados y demorados por causas que jamás son probadas. Sobre la genealogía de estos horrores investiga Cristina Piffer en su obra. En Argento.300 Actas, que presentó en la primera edición de BIENALSUR, Cristina recuperó las primeras trescientas actas de bautismo de los indígenas que fueron tomados prisioneros durante la llamada Conquista del Desierto en Argentina a finales del siglo XIX. Muchos fueron enviados a un campo de concentración en la Isla Martín García, situada en el límite entre Argentina y Uruguay, a sólo 17 km de Buenos Aires. Esos documentos de identidad portan la marca del terror y la invisibilización. Cada uno de ellos contiene el nuevo nombre cristiano que les fue impuesto a los prisioneros, el número que les fue asignado en su condición de tales y su racialización bajo el común denominador “indio” con el que se degradó y homogeneizó a individuos de distintas naciones. Cristina tradujo esas actas a hojas de plata, en referencia al río y a la codicia española por el metal que dio nombre a Argentina. Sustrajo la escritura de los documentos y las palabras quedaron como el espacio negativo en la superficie reflejante de la plata. Así, generó un gran espejo con los documentos en el que los visitantes podían encontrarse con un reflejo incompleto de sí mismos, marcado por estas borraduras de la historia.
En el EAC, aprovechamos la carga simbólica de su arquitectura para interrogar la construcción del otro en el Cono Sur y proponer una reescritura. Partimos de la prisión pensando en la potencia de su devenir como espacio de arte. Cristina continúa su excavación arqueológica de documentos estatales para revelar la construcción de la alteridad en las leyes que habilitaron la violencia genocida en Argentina. Con la técnica forense del cateo, descubre la historia del edificio en las capas de material que remueve para escribir en sus paredes desnudas los términos degradativos en los que se asentó el discurso legitimador de la violencia. Bernardo propone un sistema de escritura opuesto, centrado en el fluir, el movimiento de los casi siete mil apellidos mapuches que circulan como presencia interrogante. La luz roja que proyectan en la sala vacía nos alerta sobre la tensión intrínseca en la forma escrita de esas identidades que, hasta la conquista, se rebelaron contra la falsa inmovilización de la palabra escindida del cuerpo. Gabriel ofrece un refugio cálido contra el invierno de Montevideo mediante su escultura que aloja el fuego y abre la posibilidad de extender el diálogo al patio externo. Desde la poética única en la antropomorfia de sus esculturas, construye una ficción habitable que invita al diálogo colectivo al tiempo que remite a su historia y evoca los cabos sueltos de su propia genealogía familiar.
En este escenario planteado por Gabriel tiene lugar una performance grupal, ideada por Bernardo, a través de una convocación de piedras por parte del Machi Jorge Quilaqueo, quien busca hacer presente el sonido más antiguo. En el patio y a la vera del fuego, se reescriben y reinscriben relaciones entre cuerpo e historia a través del encuentro en la danza.
Fotografía:
Werken (Mensajero)
Bernardo Oyarzún
Núcleo: patronímica mapuche
Instalación
Pabellón de Chile de la Bienal de Venecia 2017